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jueves, 6 de agosto de 2009
Insisto
Nada es normal en estos días. No puede ser normal esta estupidez crónica de negar el amor, negar la felicidad, negar las aspiraciones legítimas de acceder a la eternidad. Y sin embargo el desdén, la indiferencia, la arrogancia, todo eso se pinta como normal. No hay lugar para la beatitud, para el chico lampiño que tiene buenos sentimientos y se llena de color si le formulan una pregunta acerca de su intimidad. No se puede ser hombre de ciencia, de cultura, fino y distinguido, si se cree en Di-s. No se puede creer en las teorías conspirativas porque eso está mal, eso lo hace a uno tonto. Está prohibido tomar posiciones medievales. Cualquier tentación de incurrir en una de esas creencias o convicciones lo transforman a uno en un fenómeno, en un freak televisivo, en un inadaptado. No hay tampoco lugar para el hombre que se levanta a las cinco de la mañana para picar pisos en una obra y está fuera, al margen, del consumo de los círculos culturales y políticos elitistas. No hay margen para enloquecer, menos aún para nacer en la exclusión. Pero todo esto, todo, se vende como normal. Se vende como normal el progresismo, la democracia y la mar en coche. Se vende como normal no desvelarse, no tener angustia, no tener miedo. Y si estás así echale la culpa a tu patología y no a los factores exógenos, que la modernidad está bien, que no hay que cuestionarle nada, tomate un clonazepam y dejate de joder. Y entonces luego cómo hacer otro tipo de libros. Libros que hablen de la pureza, la gracia, la bondad. Cómo si lo que se pretende es levantar el índice, sí, levantarlo, sí, y pontificar, decirles a aquellos que defienden la modernidad que la modernidad es una bosta. Cómo hacés proselitismo si no te disfrazas de tus enemigos. Y cómo, a la vez, hacer libros que denuncien estas cosas sin caer en el panfleto, o peor aún, libros que sean leídos como apologías de estos tiempos cuando en realidad lo que intentan es decir que estos tiempos y sus tendencias son pura mierda. Hay que ser demasiado perspicaz para lograr estas cosas, y una de mis peores sospechas es aquella que me dice que yo carezco de esa perspicacia.