Un tema que siempre me ha preocupado (y ya veo a los moralistas apuntándome con sus bayonetas): la relación entre la ética y la estética y más específicamente la relación entre la literatura y la moralidad. Seguramente causen a la vez gracia estos planteos en aquellos que creen que la modernidad existe y que el progreso también, tanta gracia como fastidio seguramente les cause a los moralistas del paréntesis. Pero es así, al margen del escenario de burla y amenaza que me imagino (soy decididamente paranoico, especialmente la amenaza y el señalamiento es lo que TPZ y sus tapas duras me proyectan), al margen de todo eso, decía, la moralidad de mis actos y, naturalmente entre ellos, de lo que escribo, es una preocupación que no me deja dormir. Son las 3.29 de la madrugada de este lunes. Tengo que trabajar en unas cinco horas más. Y hacer trámites. Y etcétera.
Es que no puedo deslindarme de esa preocupación ni creo que sea bueno hacerlo. Me veo tentado, por ejemplo, de advertir a una mujer no tan joven interesada en mi obra desde siempre (acaso, mi única verdadera fan), que tenga en cuenta que TPZ contiene lenguaje adulto, agresivo, y que cuenta con imágenes donde abunda lo sórdido (y ojalá al menos sea eso y no la mera sensualidad por la sensualidad misma). Y si bien sé qué es lo que quise exaltar en cada cuentito y en el libro como tal, dudo ahora de si lo hice realmente bien, y ahí está el asunto. (También convencido estoy de que a cierta gente TPZ le resultaría antes una agresión, una ofensa, y no me enorgullezco de eso, antes que eso me puteo porque no me gusta joder a nadie y sé que en alguna medida a cierta gente tarde o temprano terminaré jodiendo.) Sé que no soy un pornógrafo ni que lo quiero ser, y que vengan las mofas a este temor de ser eso, pero ese temor es real. Sí sé que soy horriblemente escatológico y vulgar, y que ahí hubo hasta intención de mi parte, no me voy a lavar las manos, pero no delectación, no disfruté, muchachos, para nada, con ciertas escenas llenas de pesadumbre. Que hay sexo, sí. Hay sexo triste todo el tiempo. Yo veía por televisión los pozos petroleros y veía sexo, ya me pasaba de chico. Veía un tornillo atornillado y veía sexo. Pero eso no quiere decir nada.
En fin, todo esto es muy confuso. Y no quiero aclarar u oscurecer más nada, sé que estoy intentando justificarme de algo que me atormenta. Sé que me aflora un puritanismo raro (no lo voy a calificar de otro modo, háganlo ustedes, se sorprenderían ustedes si yo por estas vías me sincerara, para eso estuvieron mis cuentos, caramba, pero un cuento no es un panfleto, y estamos otra vez en el mismo problema). Sé también que, por ejemplo, fíjense esto, mis hijos ven el libro (y yo suelo leerles a mis hijos, otros libros, claro), y ellos me piden que les lea algo, y yo apenas puedo con dos oraciones, no avanzo más, no se puede, no es para ustedes, chicos, les digo. ¿Por qué? ¿Porque es para grandes? Y con mis mayores y mi círculo más íntimo sucede algo parecido. No puedo hacerlos partícipes de esto. La linealidad con que leerían ciertos cuentos los deprimiría, los preocuparía muchísimo, y yo no puedo andar exigiéndole a la gente que lea "de manera calificada", ¿quién mierda soy yo (y vean lo mal hablado que soy) para darle ese tipo de consejos a la gente? La gente está en su derecho de ofenderse. TPZ no es la Biblia, es apenas un triste libro. Realidad modificada, ficción. Un poco de tomates y zanahorias que encontré en la heladera, pero que ahora son una salsa. Cosas que no todo el mundo comprende, no todo el mundo especialmente cuando conoce demasiado bien a esos tomates, a esas zanahorias, a la mismísima heladera.
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domingo, 26 de julio de 2009
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